Pérez Galdós en su finca Los Lirios (Gran Canaria), en 1890. |
(El abuelo, 1897, Benito Pérez Galdós).
¿Cómo llenar todos los recovecos de la soledad —que suele coincidir con la jubilación unida a la depresión— cuando no hay nadie...? Posiblemente un animal, y entre ellos, el perro, sea capaz de tal hazaña y pueda rellenar los recónditos huecos de la desesperanza como si de agua se tratara buscando su nivel. Esta circunstancia explica, seguramente, la gran proliferación de pequeños canes que se encuentran en cualquier medio y se adaptan a innumerables situaciones y a amos de las más variadas condiciones.
¿Debe tener el perro encomendada esta misión? Cada vez son más los centros de ancianos que recurren a los perros de terapia o de acompañamiento para hacer más llevadera la soledad de los últimos años de vida de las personas y los psicólogos lo recomiendan como si de una píldora milagrosa y mágica se tratara. ¡Un animal de compañía! Prácticamente no hay centro que se precie, también en Eivissa, que no disponga de un servicio de perros de terapias o actividades lúdicas para con los ancianos o niños con discapacidades. Es decir, disponer de un perro para mitigar la soledad funciona.
Cuando empieza el día, para la persona que se siente sola comienza un calvario que se repite con cada amanecer, una sinrazón contra natura. El ser humano es social y necesita una compañía. Cuando no hay posibilidad de encontrar otra persona con la que compartir la vida, mucha gente encuentra en el perro el sustituto idóneo para rasgar el silencio que le atenacea cada mañana. Muchas veces hablamos de perros de pequeño tamaño, que viven en los pisos y ayudan al mismo tiempo a darles vida a las personas que los tienen. No es raro que esa mascota canina acuda a la hora acostumbrada a la cama de su dueño ¬ —si es que no duerme ya en ella— para despertarle, reclamarle el desayuno y el paseo diario para sus necesidades.
Solo esta circunstancia obliga a la persona a levantarse y tener un objetivo. Es el primer paseo y el primer paso para que se diluya la soledad y se aminore la depresión que en la mayor parte de los casos va unida a una solitud impuesta. Saludos a otras personas que también pasean sus perros, aire libre, ruidos de coches circulando, griterío de niños jugando o de camino a los colegios… Amo y perro vuelven a su casa, el dueño menos solo, más animado… Puede ahora enfrentarse al resto del día, hasta que caiga la noche y tiene que repetir la misma operación… Así un día tras otro.
La muerte de una mascota como el perrito descrito anteriormente puede resultar catastrófica para su dueño, quien jura y perjura que no tendrá jamás otro animal, hasta que la necesidad hace que vuelva a encariñarse de aquella bola de pelo gimiente e indefensa que ve en la vitrina de la tienda donde compraba la comida para su perro, ahora muerto… Duda, entra y lo compra. Su vida recobra el sentido; tiene una obligación que cumplir.
Sin embargo, estos perros de compañía suelen sufrir atentados contra su propia naturaleza infligidos sin querer por sus dueños solícitos. Los excesivos cuidados y mimos derivan hacia una malcriadez que a su vez origina el surgimiento de conductas ‘indeseadas’, agresividad de protección de lo suyo, que en estos casos, es toda la casa, con todos los muebles, incluido el pobre propietario del can que se convierte en un servidor de los caprichos del perro. Surgen infinidad de conflictos, que pueden y deben evitarse, aceptando el dueño la verdadera naturaleza del perro, con sus necesidades reales, y dejando de lado todas las acciones innecesarias de atención al animal. Es difícil, ya que el perro ‘ofrece’ compañía y ‘afecto’ a esa persona sola y lo último que quiere hacer el dueño de este ejemplo es dejar de darle ‘mimos’ y ‘cariño’ —malentendido en este caso— a su perro, que es más que un animal para él.
Una vez llegados a este punto, y cuando esa persona inmersa en una soledad impuesta tiene que recurrir a enterrar muchos perros —como al personaje de Pérez Galdós¬— para que le saquen de ese pozo oscuro, debemos reconocer que algo muy grave falla en la sociedad humana.
No podemos y no debemos olvidarnos de algo primordial; siendo verdad que el perro y otro animal pueden aminorar la soledad y la depresión de una persona, el único ser que puede eliminarlas por completo es otro ser humano, quien es capaz de hacer compañía, comprender y, sobre todo, amar.